Páginas

9 de agosto de 2011

BIOLOGIA DE LA CORRUPCION


DR. RODRIGO GUERRERO
Rodrigo Guerrero Velasco
El Colombiano, abril 4 2011

La expresión de Guido Nule de que la corrupción es inherente a la naturaleza humana recuerda la sugerencia de Turbay, de reducirla a sus “justas proporciones”. Aunque la reacción inicial a ambas declaraciones fue de sorpresa e indignación, ahora se citan con sarcasmo, pero como reconociendo en ellas algo de verdad. Ambas ya hacen parte de la filosofía popular colombiana.

Algo debe explicar por qué nuestra cultura las adoptó tan fácilmente. Veamos: El cerebro humano es el resultado de estructuras superpuestas acumuladas a lo largo de millones de años de evolución a partir de un cerebro primitivo, tal como se superponen las capas geológicas y se construyen nuevas ciudades sobre las de antiguas civilizaciones.

En el cerebro primitivo, llamado “cerebro reptil”, se asientan las funciones esenciales para la supervivencia: la auto-defensa, la agresión y la reproducción; por eso  los comportamientos ordenados por él son impulsivos y egoístas.  Luego, sobre el  “cerebro reptil” se superpuso el “mamífero” con estructuras más complejas para manejar la memoria y las emociones, necesarias cuando aparecieron formas rudimentarias de vida social.

La última estructura en superponerse fue la corteza cerebral y en  especial una de sus partes, el “lóbulo frontal”, donde se asientan el juicio, el razonamiento, el sentido moral y la visión de futuro propios de nuestra especie. Aquí se guardan las normas culturales, los comportamientos aprendidos, la educación, el valor de la palabra, la honradez y las conductas aptas para la convivencia como  el altruismo o capacidad renunciar al bien propio en favor de los demás. Desde ahí también se regulan los impulsos del cerebro reptil.

Las líneas de control entre las estructuras cerebrales no son muy sólidas y surgen frecuentes conflictos entre la corteza reguladora y el cerebro reptil que nos impulsa al egoísmo, a la trampa,  a la agresión y al sexo.
La capacidad reguladora del lóbulo frontal depende de circuitos neuronales que se desarrollan tan fuertes o tan débiles como sean sanos o disfuncionales el clima emocional, el sistema educativo y la  normatividad de la cultura en que crecen los niños. Esto significa, que la adopción de conductas socialmente adaptadas por parte de la población requiere un compromiso constante del Estado y la sociedad civil de ofrecer óptimas condiciones para la crianza y socialización de sus nuevas generaciones.

En el reciente cataclismo, los japoneses mostraron un alto nivel de desarrollo de sus lóbulos frontales. No hubo vandalismo ni saqueos sino un gran orden en medio del caos; todos esperaron pacientes en largas filas para recibir auxilio, compartieron sus raciones y cobijas, cuando su cerebro reptil los impulsaba a pasar por encima de todo para sobrevivir.

En cambio, los escándalos de los Nule y tantos otros que salen a diario en los titulares de prensa indican que la familia, la escuela y la sociedad colombianas no están ofreciendo los ambientes de crianza ni la normatividad cultural necesarios para desarrollar el lóbulo frontal de las nuevas generaciones; tal vez por eso tenemos tantos reptiles salidos de control.

Las normas culturales, asentadas en la corteza, son más eficaces  que la ley para regular el comportamiento ciudadano, según nos enseñó Mockus. Cuando la cultura lo tolera, la gente compra licor sin estampillar, ofrece soborno a un policía o paga una comisión para obtener un contrato y considera normal o máximo un error, esos comportamientos delictuosos. Los colombianos nos hallamos inmersos en una cultura de corrupción que dificulta el discernimiento de lo bueno y lo deseable.
Por eso urge acometer una enorme tarea de reingeniería ética y socio-emocional para desarrollar las facultades superiores de nuestro cerebro y así mantener a raya al reptil que todos llevamos dentro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario